SUPREMO CONSEJO DE LA REPUBLICA MEXICANA.
DE LA ENSEÑANZA INICIATICA.
Cap. XXXI de Aperçus sur l’Initiation
René Guenon
Hemos de volver sobre los caracteres propios de la enseñanza iniciática, por los cuales se diferencia profundamente de cualquier enseñanza profana. Tratamos aquí de lo que puede llamarse la exterioridad de esta enseñanza, es decir de los medios de expresión por los que puede ser transmitida en cierta medida y hasta cierto punto, a título de preparación para el trabajo puramente interior mediante el cual la iniciación, de virtual que era al comienzo, devendrá más o menos completamente efectiva. Hay muchos que, sin darse cuenta de lo que ha de ser verdaderamente la enseñanza iniciática, no ven otra cosa en ella, en tanto que particularidad digna de destacarse, que no sea el empleo del simbolismo; es muy cierto por lo demás que éste juega en efecto un papel esencial en ella, pero hay que saber además por qué ello es así; ahora bien, aquéllos de quienes hablamos, al no encarar las cosas sino de una manera por completo superficial, deteniéndose en las apariencias y en las formas exteriores, no comprenden de ningún modo la razón de ser e incluso, podría decirse, la necesidad del simbolismo, el que, en esas condiciones, no puede parecerles más que extraño y por lo menos inútil. Suponen en efecto que la doctrina iniciática no es, en el fondo, apenas otra cosa que una filosofía como las otras, un poco diferente sin duda por su método, pero en cualquier caso nada más, pues su mentalidad está hecha de tal modo que son incapaces de concebir otra cosa; y bien cierto es que, por las razones que más arriba hemos expuesto, la filosofía nada tiene que ver con el simbolismo e incluso se le opone en cierto sentido. Aquellos que, aun con esa equivocación, consientan de todos modos en reconocer a la enseñanza de una doctrina así algún valor desde un punto de vista u otro, y por cualesquiera motivos, que habitualmente nada tienen de iniciático, esos mismos nunca podrán acceder a algo más que a hacer de ella, a lo sumo, una especie de prolongación de la enseñanza profana, de complemento a la educación ordinaria, al uso de una élite relativa( 1 ). Pues bien, tal vez fuera preferible negar totalmente su valor, lo que equivale en suma a ignorarla pura y simplemente, que rebajarla de semejante manera y, demasiado a menudo, presentar en su nombre y en su lugar la expresión de unas opiniones particulares cualesquiera, más o menos coordinadas, sobre toda suerte de cosas que, en realidad, ni son iniciáticas en sí mismas ni por el modo en que son tratadas; precisamente es ésta aquella desviación del trabajo “especulativo” a la cual ya hemos hecho alusión.
Hay también otra manera de encarar la enseñanza iniciática que es apenas menos falsa que la anterior, aunque en apariencia le sea enteramente contraria: es aquella que consiste en querer oponerla a la enseñanza profana, como si en cierto modo se situara al mismo nivel, atribuyéndole por objeto una cierta ciencia especial, más o menos vagamente definida, y a cada instante puesta en contradicción y conflicto con las demás ciencias, aunque declarada siempre superior a éstas por hipótesis y sin que nunca se expongan con claridad las razones para ello. Ese modo de ver es sobre todo el de los ocultistas y otros pseudo-iniciados, quienes además, en realidad, se hallan lejos de despreciar la enseñanza profana tanto como gustan decir, pues incluso le toman prestadas numerosas cosas más o menos disfrazadas, y, por otra parte, poco concuerda esta actitud de oposición con la constante preocupación que tienen, por otro lado, de encontrar puntos de comparación entre la doctrina tradicional, o lo que ellos creen es eso, y las ciencias modernas; ciertamente oposición y comparación suponen igualmente, en el fondo, que se trata de cosas del mismo orden. Hay en ese modo de ver un doble error: por una parte, la confusión del conocimiento iniciático con el estudio de una ciencia tradicional más o menos secundaria (ya sea la magia o cualquier otra cosa de ese tipo) y, por otra parte, la ignorancia de lo que constituye la diferencia esencial entre el punto de vista de las ciencias tradicionales y el de las ciencias profanas; pero, después de todo lo que hemos dicho ya, no ha lugar seguir insistiendo sobre ello.
Ahora bien, si la enseñanza iniciática no es ni la prolongación de la enseñanza profana, como lo querrían unos, ni su antítesis, como lo sostienen otros, si no constituye ni un sistema filosófico ni una ciencia especializada, es porque en realidad es de un orden enteramente distinto; pero no habría que intentar por lo demás dar de ella una definición propiamente hablando, lo que todavía implicaría deformarla inevitablemente. Esto es algo que ya el constante empleo del simbolismo en la transmisión de esta enseñanza puede bastar para dar a entrever, desde el momento en que se admite, como es simplemente lógico hacerlo aún sin ir al fondo de las cosas, que un modo de expresión completamente diferente al lenguaje ordinario debe estar hecho para manifestar ideas igualmente otras que las que este último expresa, y concepciones que no se dejan traducir íntegramente por la palabra, y para las que se necesita de un lenguaje menos limitado, más universal, porque ellas mismas son de orden más universal. Por otra parte es necesario añadir que, si las concepciones iniciáticas son esencialmente otras que las concepciones profanas, es ante todo porque proceden de otra mentalidad que éstas( 2 ), de las que difieren mucho menos por su objeto que por el punto de vista bajo el que lo encaran; y ello es forzosamente así desde el momento en que éste último no puede ser “especializado”, lo que equivaldría a pretender imponer al conocimiento iniciático una limitación que es incompatible con su naturaleza misma. Es fácil admitir entonces que, por una parte, todo lo que puede considerarse desde el punto de vista profano puede considerarse también, pero de una manera enteramente otra y con otra comprensión, desde el punto de vista iniciático (ya que, como lo hemos dicho a menudo, no hay en realidad un dominio profano al cual ciertas cosas pertenecerían por su naturaleza, sino tan sólo un punto de vista profano, que no es en el fondo sino una manera ilegítima y desviada de encarar esas cosas)( 3 ), mientras que, por otra parte, hay cosas que escapan completamente a cualquier punto de vista profano( 4 ) y son propias única y exclusivamente del dominio iniciático.
Que el simbolismo, que es como la forma sensible de toda enseñanza iniciática, es en efecto y verdaderamente un lenguaje más universal que los lenguajes vulgares, ya lo hemos explicado precedentemente, y no es lícito dudar de ello ni un sólo instante si solamente se considera que todo símbolo es susceptible de interpretaciones múltiples, para nada en contradicción entre ellas, sino que al contrario se completan unas a otras, siendo todas igualmente verdaderas aunque proceden de puntos de vista diferentes; y, si ello es así, es porque ese símbolo es menos la expresión de una idea netamente definida y delimitada (a la manera de las ideas “claras y distintas” de la filosofía cartesiana, a las que se supone enteramente expresables por unos términos) que la representación sintética y esquemática de todo un conjunto de ideas y concepciones que cada cual podrá captar según sus propias aptitudes intelectuales y en la medida en que se halle preparado para su comprensión. Así, el símbolo podrá hacer concebir, a quien acceda a penetrar su significado profundo, incomparablemente más que todo lo que puede expresarse directamente; asimismo es el único medio de transmitir, hasta donde sea posible, todo aquello no expresable que constituye el dominio propio de la iniciación, o antes bien, para hablar más rigurosamente, el único medio de depositar en germen las concepciones de este orden en el intelecto del iniciado, quien después deberá hacerlas pasar de la potencia al acto, desarrollarlas y elaborarlas por su trabajo personal, porque nadie puede hacer nada más que prepararle para ello, trazándole, mediante fórmulas apropiadas, el plan que luego habrá de realizar en sí mismo para acceder a la posesión efectiva de la iniciación que no ha recibido del exterior más que virtualmente. Por otra parte no hay que olvidar que, si la iniciación simbólica, que no es sino la base y el soporte de la iniciación efectiva, es forzosamente la única que puede darse exteriormente, por lo menos puede conservarse y transmitirse incluso por los que no comprenden ni su sentido ni su alcance; es suficiente con que los símbolos se conserven intactos para que siempre sean susceptibles de despertar, en quien es capaz de ello, todas aquellas concepciones de las que ellos figuran la síntesis. Es en ello, recordémoslo de nuevo, que reside el verdadero secreto iniciático, que es inviolable por naturaleza y que se defiende por sí mismo contra la curiosidad de los profanos, y del que el secreto relativo de ciertos signos exteriores no es más que una figuración simbólica; ese secreto, cada cual podrá penetrarlo más o menos según la extensión de su horizonte intelectual, pero, aun cuando lo hubiera penetrado íntegramente, jamás podría comunicar efectivamente a otro lo que él mismo habrá comprendido; todo lo más podría ayudar a acceder a esta comprensión únicamente a aquellos que para ello son actualmente aptos.
Esto no impide de ninguna manera que las formas sensibles que se hallan en uso para la transmisión de la iniciación externa y simbólica tengan, incluso fuera de su papel esencial como soporte y vehículo de la influencia espiritual, su valor propio en tanto que medio de enseñanza; a este respecto, puede señalarse (y esto nos lleva de nuevo a la íntima conexión del símbolo con el rito) que ellas traducen los símbolos fundamentales en gestos, tomando este término en el sentido más amplio, como ya lo hemos hecho precedentemente, y que, de esta manera, le hacen en cierto modo “vivir” al iniciado la enseñanza que le es presentada( 5 ), lo que constituye la manera más adecuada y aplicable generalmente de prepararle su asimilación, ya que todas las manifestaciones de la individualidad humana se traducen necesariamente, en sus actuales condiciones de existencia, en modos diversos de la actividad vital. Por otra parte no habría que pretender por ello el hacer de la vida, como lo quisieran muchos modernos, una suerte de principio absoluto; la expresión de una idea de manera vital no es, después de todo, sino un símbolo como los otros, tal como lo es, por ejemplo, su traducción en modo espacial, que constituye un símbolo geométrico o un ideograma; pero aquella es, podría decirse, un símbolo que, por su naturaleza particular, es susceptible de penetrar más inmediatamente que ningún otro en el interior mismo de la individualidad humana. En el fondo, si todo proceso de iniciación presenta en sus diferentes fases una correspondencia ya sea con la vida humana individual, ya sea incluso con el conjunto de la vida terrestre, es porque el desarrollo de la manifestación vital misma, particular o general, “microcósmica” o “macrocósmica”, se efectúa según un plan análogo al que el iniciado ha de realizar en él mismo, para realizarse en la completa expansión de todas las potencias de su ser. Se trata siempre y en todo de planes que corresponden a una misma concepción sintética, de modo que son principalmente idénticos, y, aunque sean todos diferentes e indefinidamente variados en su realización, proceden de un “arquetipo” único, plan universal trazado por la Voluntad suprema que es designada simbólicamente como el “Gran Arquitecto del Universo”.
De ese modo todo ser tiende, conscientemente o no, a realizar en él mismo, por los medios apropiados a su naturaleza particular, lo que las formas iniciáticas occidentales, apoyándose en el simbolismo “constructivo”, llaman el “plan del Gran Arquitecto del Universo”( 6 ), y a concurrir mediante ello, según la función que le pertenece en el conjunto cósmico, a la realización total de ese mismo plan, la cual no es en suma sino la universalización de su propia realización personal. Es en el punto preciso de su desarrollo en que un ser toma realmente conciencia de esta finalidad que comienza para él la iniciación efectiva, la cual debe conducirle por grados, y según su vía personal, a esa realización integral que se cumple, no en el desarrollo aislado de ciertas facultades especiales, sino en el desarrollo completo, armónico y jerárquico, de todas las posibilidades implicadas en la esencia de ese ser. Por otra parte, ya que el fin es necesariamente el mismo para todo lo que tiene el mismo principio, es en los medios empleados para acceder a él donde reside exclusivamente lo que es propio de cada ser, considerado éste en los límites de la función especial que es determinada para él por su naturaleza individual, y que, cualquiera que sea, debe ser considerada como un elemento necesario del orden universal y total; y, por la naturaleza misma de las cosas, esta diversidad de las vías particulares subsiste en tanto que el dominio de las posibilidades individuales no es sobrepasado efectivamente.
De esa manera, la instrucción iniciática, encarada en su universalidad, debe comprender, como otras tantas aplicaciones, en variedad indefinida, de un mismo principio transcendente, todas las vías de realización que son propias, no solamente de cada categoría de seres, sino también de cada ser individual considerado en particular; y, comprendiéndolas todas de ese modo en sí misma, las totaliza y sintetiza en la unidad absoluta de la Vía universal( 7 ). Así pues, si los principios de la iniciación son inmutables, sus modalidades pueden y deben variar a modo de adaptarse a las condiciones múltiples y relativas de la existencia manifestada, condiciones cuya diversidad hace que, matemáticamente por así decir, no pueda haber dos cosas idénticas en todo el universo, según lo hemos explicado ya en otras ocasiones( 8 ). Por consiguiente puede decirse que es imposible que haya, para dos individuos diferentes, dos iniciaciones exactamente semejantes, incluso desde el punto de vista exterior y ritual, con mucha mayor razón desde el punto de vista del trabajo interior del iniciado; la unidad y la inmutabilidad del principio no exigen de ninguna manera una uniformidad y una inmovilidad que son además irrealizables de hecho, y que, en realidad, no representan sino el reflejo “invertido” de aquéllas en el grado más bajo de la manifestación; y la verdad es que la enseñanza iniciática, implicando una adaptación a la diversidad indefinida de las naturalezas individuales, se opone por eso mismo a la uniformidad que la enseñanza profana considera al contrario como su “ideal”. Las modificaciones de las que tratamos se limitan por lo demás, desde luego, a la traducción exterior del conocimiento iniciático y a su asimilación por tal o cual individualidad, porque, en la medida en que una tal traducción es posible, debe forzosamente tener en cuenta relatividades y contingencias, mientras que aquello que expresa es independiente de ellas en su esencia principial, comprendiendo todas las posibilidades en la simultaneidad de una síntesis única.
La enseñanza iniciática, exterior y transmisible en formas, no es en realidad, y no puede ser, lo hemos dicho ya e insistimos de nuevo en ello, más que una preparación del individuo para adquirir el verdadero conocimiento iniciático por efecto de su trabajo personal. Puede indicársele así la vía a seguir, el plan a realizar, y disponerle a tomar la actitud mental e intelectual necesaria para acceder a una comprensión efectiva y no simplemente teórica; es posible incluso asistirle y guiarle controlando su trabajo de una manera constante, pero eso es todo, porque ningún otro, así fuese un “Maestro” en la más completa acepción del término( 9 ), puede hacer este trabajo por él. Lo que el iniciado debe adquirir forzosamente por sí mismo, porque nadie ni nada exterior a él puede comunicárselo, es en suma la posesión efectiva del secreto iniciático propiamente dicho; para que pueda llegar a realizarla en toda su extensión y con todo lo que implica, es necesario que la enseñanza que sirve por así decir de base y soporte a su trabajo personal esté constituida de tal manera que se abra sobre posibilidades verdaderamente ilimitadas, y de ese modo le permita extender indefinidamente sus concepciones, en amplitud y en profundidad a la vez, en lugar de encerrarlas, como lo hace no importa qué punto de vista profano, en los límites más o menos estrechos de una teoría sistemática o de una fórmula verbal cualquiera. Traducción: J. M. Río
NOTAS
1 Desde luego, aquellos de los que hablamos son igualmente incapaces de concebir lo que es la élite en el solo sentido verdadero de este término, sentido que tiene asimismo un valor propiamente iniciático como lo explicaremos más lejos. (R)
2 En realidad, el término “mentalidad” es insuficiente a este respecto, según veremos después, pero no hay que olvidar que no se trata al presente más que de un estado preparatorio para el verdadero conocimiento iniciático, y en el cual, por consiguiente, aún no es posible recurrir directamente al intelecto trascendente. (R)
3 Lo que aquí decimos podría aplicarse igual de bien tanto al punto de vista tradicional en general como al punto de vista propiamente iniciático; desde el momento en que se trata solamente de distinguirlos del punto de vista profano, no hay en suma ninguna diferencia que hacer a ese respecto entre uno y otro. (R)
4 E incluso, hay que añadir, también al punto de vista tradicional exotérico, que es en suma la manera legítima y normal de encarar lo que está deformado por el punto de vista profano, de suerte que ambos se refieren en cierto modo a un mismo dominio, cosa que no disminuye en nada su diferencia profunda; pero, más allá de este dominio que puede llamarse exotérico, pues es el que concierne igual e indistintamente a todos los hombres, está el esotérico y propiamente iniciático, que no pueden sino ignorar completamente los que se mantienen en el orden exotérico. (R)
5 De ahí lo que hemos llamado la “puesta en acción” de las “leyendas” iniciáticas; podríamos enviar aquí a lo que hemos dicho del simbolismo del teatro. (R)
6 Este simbolismo está por lo demás lejos de ser exclusivamente propio de las formas occidentales; el Vishwakarma de la tradición hindú, en particular, es exactamente la misma cosa que el “Gran Arquitecto del Universo”. (R)
7 Esta Vía universal es el Tao de la tradición extremo oriental. (R)
8 Ver especialmente El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, Cap. VII. (R) 9 Entendemos por ello lo que se llama un Guru en la tradición hindú, o un Sheikh en la tradición islámica, y que nada tiene en común con las fantásticas ideas que se hacen de él en ciertos medios pseudo-iniciáticos occidentales. (R)
https://supremoconsejomexico.com